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En sueños volví a ser lo que era, en sueños volví a ver a Ángel. Me mostró un mundo diferente, uno lleno de calamidad, de tribulación, de angustia, de miedo y de necesidad. Otro azote a la humanidad, una en donde el corazón y la resistencia del hombre será puesto a prueba en el momento donde todos serán iguales, sin embargo —y como siempre— los menos serán los que más sufrirán.

—¿Ángel? —murmuré evitando el miedo—. ¿Qué sucede? ¿Acaso estoy muerta para poder verte?

Lo pregunté porque me vi vestida de blanco, con el cabello suelto y descalza. Cómo siempre, me mostró su dulce sonrisa, era imposible olvidarla.

—No Eloísa, no lo estás, aún no —me tranquilizó—. Pero es necesario que veas lo que se te mostrará.

—¿Qué veré? —cuestioné temerosa—. Lo que veo ya no me gusta, no quiero ver más.

—Esto querida es la consecuencia del mismo hombre —escuché otra voz que reconocí de inmediato y que me aceleró el corazón—. Éstas son las consecuencias de sus actos, de sus decisiones, de sus… pecados.

Cuando vi a Damián retrocedí, al menos me mostraba la misma apariencia y eso lo agradecí, no quería recordar la verdadera.

—Mira Eloísa —Ángel extendió su brazo—. Mira al mundo.

—Sí querida, mira mi hermoso terreno —insistió Damián con la misma cínica sonrisa.

Con reservas obedecí, temblaba y el corazón lo tenía instalado en la garganta.

El mundo era un caos, la gente había enloquecido, literalmente la locura parecía haber descendido sobre la humanidad ante lo que pasaba, parecía que una plaga, —otra mejor dicho— había descendido sobre la tierra otra vez. Una muy silenciosa, una que sin tener apariencia atacaba a la humanidad sin distinción de razas, sexo, edades ni estatus social, era revivir lo que pasó siglos atrás. La muerte coronada había regresado y como sucede, los más vulnerables eran las almas del ocaso, el hombre sería pasado por fuego bien sea para desaparecer o para renacer.

Así como el herrero forja una espada y el fuego la amolda con martillo, así ese quebranto pasará con el hombre. Hasta los más grandes caerían ante la enfermedad, una que se propagaba de manera exponencial, penetrando al organismo y carcomiéndolo con voracidad. Vi jinetes oscuros, enormes, con espadas y lanzas cabalgando sobre la tierra con la orden de aniquilar, miré cadáveres apiñados tratados como promontorios de basura, esperando ser lanzados a fosas comunes como ya había pasado antes, unos pudriéndose con rapidez siendo aprovechados por las aves de rapiña y otros ya con más huesos que carne, la pestilencia era insoportable y sentí deseos de vomitar llevándome una mano a la boca. Los que vivían y agonizaban, sufrían su tormento con lentitud esperando ser tocados por estos seres para dejar la vida. El hedor contaminaba y la misma, era extrema, era el hedor de la enfermedad, era la putrefacción de la muerte, esa mortandad no bastaría con ser sepultada, la tierra no ajustaría, era necesaria la incineración como lo hacían los paganos. ¿Por qué nadie hacía nada por esos cuerpos? La indiferencia era asombrosa. Definitivamente la muerte cabalgaba sobre la tierra, otra vez.

“Pestilencia que ande en la oscuridad, mortandad que en medio del día destruya” —recordé.

—Y muchos caerán —comentó Damián con tranquilidad—. ¿Has escuchado eso de la sobrepoblación? Bueno, creo que el ruego de muchos ha sido por fin escuchado y yo estoy tan feliz que quiero llorar —sonrió con más burla.

—¿Qué? —lo miré ante su cinismo.

—Bueno, creo que el mundo sin humanos será algo que el planeta agradecerá. Un cielo claro, verdes prados, bosques frondosos, ríos cristalinos, el mar azul y hasta una completa libertad para los animales. ¿Acaso no es una hermosa utopía en este tiempo? —Sonrió con sarcasmo—. Los humanos sabrán en carne propia lo que siente un pájaro enjaulado y una res al matadero. Una excelente lección, ¿no crees? Y si no lo entienden por las buenas lo entenderán entonces por las malas.

“¿Un mundo sin humanos?” —pensé con horror—. “¿Morirán?”

—Al menos una buena y jugosa parte —me respondió leyendo mi mente.

Lo vi furiosa por su descaro.

—Ay querida, no seas dramática por favor —me rodó los ojos fastidiado—. No es la primera vez que esto pasa y lo sabes. Tú tuviste el privilegio de pasearte entre diversas pestes sin que nada te afectara gracias mí —se tocó el pecho mirándome—. ¿Por qué te asombras por esto? No seas patética. Además antes de que tú nacieras ya había pasado por aquí la muerte coronada. ¿Qué tiene de malo que vuelva a pasear?

—¿Qué quieres decir? —lo encaré como antes.

—Ya te di la respuesta querida, sobrepoblación. ¿Crees que la tierra aguanta ya semejante prole que sigue en aumento cada vez? Yo que vivo rondándola te digo que no, no digo que se extingan todos porque yo me quedaría sin trabajo y ya sabes que no conozco el aburrimiento, tampoco me conviene, siempre estoy entretenido y seguiré jugando con los que queden mientras me siga siendo dado mi tiempo.

Lo miraba furiosa y con ganas de atacarlo pero no podía, no se me permitía.

—Sí querida, tú sabes bien quiénes serán los que paguen su ignorancia, la mayor parte del planeta. La ignorancia es miseria.

—¿Pero y sus niños? —ataqué enardeciéndome—. Ellos son inocentes, serán los que más sufrirán por hambre en la pobreza.

Recordé la manera en la que había encontrado a mi Caterina.

Damián me miró de manera oscura.

—Ya lo hacen, ¿acaso importa? —cuestionó—. ¿Quieres que te recuerde esa parte de tu vida que deseas olvidar? En su tiempo hiciste lo tuyo, algo peor, recuérdalo, recuérdalo porque tu “redención” no es una chiquilla.

Me obligué a bajar la cabeza avergonzada, llevándome una mano al pecho. ¿Podría Dios perdonarme semejante pecado?

—Y con respecto a tu tonta pregunta, agradécelo a su estatus —continuó—. Si los hombres se hubiesen amarrado la polla y las mujeres aprendido a mantener las piernas cerradas no habría niños hambrientos ni harapientos por allí porque cuando estaban cogiendo jamás pensaron en que vendrían a sufrir. Si es cierto, ellos no tienen la culpa, como tampoco es culpa de las monarquías, ni de los políticos que creen son la causa de todos los males. ¿Acaso ellos los mandaron a coger? Esa es la consecuencia de su desenfrenado deseo, la culpa es de los adultos calenturientos que ceden con facilidad a la lujuria. ¿Te había dicho ya que es mi pecado favorito? —Sonrió cínico otra vez—. Relájate querida, al cuerpo lo que pida y yo feliz de complacer. ¿No te parece justo que los críos crezcan así? Bueno, al menos cuando lo hagan yo estaré allí para ellos. Adoro eso que llaman “el efecto dominó”.

El cinismo de Damián era en extremo descarado. Yo sentía que iba a arder en llamas del coraje. En ese aspecto habían dos caras de la moneda, las que lo hacían con gusto y las que fueron ultrajadas. Era el maldito hombre el que seguía siendo el mismo.

—Entonces no olvides el “efecto mariposa” —olvidando lo anterior ataqué para ver si borraba su sonrisa.

—No, no lo olvido, pero por desgracia para la humanidad no saben practicarlo mucho, al menos no de manera positiva, un punto a mi favor —sonrió abiertamente vibrando las cejas.

Comenzaba a colmarme como antes por lo que hastiada del demonio me volví hacia Ángel.

—¿Y tú? ¿Te hace gracia todo esto? Damián te lleva ventaja en protagonismo —traté de no sonar sarcástica.

—No olvides las Revelaciones Eloísa, lo que está escrito deberá pasar —se limitó a decir con esa calma que me desesperaba.

—Y será mi tiempo —insistió Damián.

—Tú no puedes hacer nada sin que Él lo permita —refuté.

—Bravo querida, he ahí tu respuesta —elevó una ceja.

Y eso me llenó de terror, volví a ver a Ángel. ¿Era entonces un azote de Dios? Su mirada triste me dio la respuesta.

—Ay querida, ya deja el drama, no te soporto —indicó Damián—. El hombre sólo obtendrá una cucharada de su propia medicina.

Lo ignoré, hice de cuenta que no escuché nada.

—¿Sabes que ni siquiera aguantan un soplido de la naturaleza? —insistió—. Con cualquier cosita ya tiemblan. ¿Qué pasará si también se unen a la fiesta algún tornado, maremoto o terremoto? O peor, ¿qué pasará si los cielos deciden caer? ¿Crees que habrá lugar donde esconderse?

Tragué.

—Por la maldad del hombre que va en aumento y no deja de matar creo que Dios está harto —sonrió Damián—. Y el regateo ya no vale así que ni siquiera lo pienses. No me eches a perder los negocios que con tanto esfuerzo he levantado.

Era su sarcasmo lo que me tenía colmada. Preferí volver a las palabras de Ángel, “No olvides las Revelaciones” —había dicho.

Y lo peor no era una plaga, esto podría ser el principio de tribulaciones. Se me permitió pasear entre la tierra y pude ver qué las naciones estaban de rodillas. Estaba contaminada por el ser humano infestado, el hombre era portador de la enfermedad, de una invisible, de una que no se podía combatir. “No otra vez” —pensé, era cierto, no era la primera vez.

Y el asunto variaría de la nación.

La enfermedad podía no presentar síntomas al principio, manteniendo confiado al individuo pero luego se mostraba postrando al portador luego de contagiar a otros. La humanidad caería de una u otra manera cediendo a lo inevitable, era una reacción en cadena como pasó con las anteriores. Se obligó el encierro del hombre para evitar la propagación y por ende, la desesperación atacaba, el encierro, el estrés, el hambre y la ira podía sacar lo peor del ser humano y por ende, la insurrección violenta, ya que las medidas establecidas no serían suficientes. De nada servía la ciencia y sus avances, de hecho eso puede ser el desencadenante de los males. El sistema de salud que no está preparado colapsará por caer desprevenido y no se dará abasto, ni sabrá qué hacer, decidir quién vive o quien muere es la peor y más difícil decisión, se sentirán atados. De hecho, hasta ellos mismos estaban propensos a caer.  Las fuerzas militares podrán debilitarse sin poder combatir la lucha. Los medios de comunicación sentirían miedo y confusión sin saber qué decir. La economía irá en picada y decadencia y por ende, caerían también los empleos. Ni siquiera las distintas religiones daban consuelo, era el momento de poner a prueba y saber quiénes eran los valientes y los cobardes. El encierro, el desempleo y el hambre causa la ira y la desesperación y en consecuencia, una cosa lleva a la otra hasta estallar de manera encontrolable. Todo sería inevitable. La enfermedad iba acompañada del hambre y ambos mataban, la ciencia que pudo salvar a la humanidad es la misma que la está llevando a la tumba porque las cosas se han salido de control. El hombre no ha sabido tomar decisiones, su mismo orgullo es lo que lo humillaría después. “Polvo eres y al polvo volverás” ¿Habría sobrevivientes? Y si así fuera, ¿qué probabilidad tendría de superar esto y no recaer? Si esto quedaba en el organismo, ¿tendría la posibilidad de mutar y generar otra reacción?  No sabía cuánto iba a durar la tribulación pero sería imposible sobrevivir a esto. Todo iba a caer y la calamidad a reinar; miseria, hambre, dolor, desesperación, decadencia y desolación, el principio del fin. Esto no podría detenerse, una enfermedad no sería lo único, como lo dijo Damián, la creación entera haría lo suyo harta del hombre también porque estaba escrito.

—“Y le pesó al Señor haber hecho al hombre” —señaló Damián con sarcasmo. Cuando le convenía citaba las Escrituras. Él deseaba culpar a Dios y aprovecharse aún más de la situación.

“¿Y lo borrará de la faz de la tierra?” —pensé.

—Hasta que pase la ira del Señor —admitió Ángel sabiendo lo que pensaba.

Miré otros seres, seres que el hombre no podía ver, unos eran seres horribles y malignos de aspecto repulsivos que tocaban a la humanidad para debilitarlos y hacer que enfermaran como también, había seres celestiales de impecable belleza que igualmente tocando, se llevaban no sólo a algunos ancianos sino también a niños y uno que otro adulto, los redimidos estaban siendo encontrados, “su pueblo comenzaba a ser arrebatado” —pensé. Sin embargo, los ayes y lamentos de los que sufrían, me habían obligado a taparme los oídos. No soportaba los gritos.

—Lamentos aquí, lamentos allá —intervino Damián—. Música para mis oídos.

—Eres odioso —pensé en voz alta.

—Gracias querida, me alegra que lo recuerdes, sabes bien que esa es mi fortaleza y alimento —sonrió triunfante.

Olvidé que eso no era un insulto para él. Lo que nunca olvidaría era lo que miraba, los seres oscuros, esas sombras tenebrosas, tocaban a todos por igual, tanto al rico como al pobre, parecían que obedecían órdenes de los jinetes de las tinieblas que miré al principio.

“¿Y los que queden?” —volví a pensar. Tenía demasiadas interrogantes que formular.

—Yo me encargaré —insistió Damián—. Bien lo sabes. Aún hay una Bestia que desatar.

Daba escalofríos ver ciudades desoladas, era imposible de creer. Así mismo sería el rapto de los redimidos y el dolor sería peor porque serían buscados por los que queden y jamás los encontrarían, el tiempo estaba llegando.

—Mucho trabajo, ¿No? —lo miré apretando mi quijada.

—Y ya deberías saber cómo lo amo —sonrió con burla—. Aprovecho mi tiempo querida, se me ha dado uno muy valioso, yo no tengo vacaciones, al contrario, hay momentos en los que más trabajo, como ahora.

“Y pronto los sellará” —volví a pensar.

Damián me sonrió con maldad. Su gobierno llegaría.

—¿Ángel? —insistí volviéndome a él.

—El camino debe ser preparado, lo sabes —me contestó.

—Pero ustedes…

—No sabemos ni el día ni la hora exacta —me recordó interrumpiéndome.

—Y así debe ser querida —se metió el otro—. Sabes que a mí se me ha dado una potestad, una que debo aprovechar y llevar a cabalidad.

Por fin Damián se alejaba de mí, como lo dijo, tenía mucho trabajo que hacer.

Miré al cielo.

“Él volverá como rey y vendrá con espada en mano y a juzgar” —me estremecí.

—Prepárate Eloísa, prepara a los tuyos —me dijo Ángel—. Así como Dios le dio la sabiduría a José en Egipto así úsala tú también. Debes prepararte para los años de escases porque el tiempo de la prosperidad está llegando a su fin, aprende de la hormiga porque así como las plagas descendieron sobre Egipto, también los sellos serán abiertos y las copas serán vaciadas. Las trompetas pronto sonarán. El ángel de la muerte herirá la tierra y sólo el que crea en el poder de la preciosa sangre derramada por el Cordero será salvo.

“¿Dónde está oh muerte tu aguijón…?” —recordé.

—¿Dónde oh sepulcro tu victoria? —Me sonrió Ángel terminando la frase.

Exhalé apesarada, notando que de lejos Damián rodaba los ojos con fastidio, moviendo la boca en mímica burlándose de Ángel.

—El final está a las puertas —Ángel tocó mi cabeza haciendo que lo mirara—. Lo que has visto sólo es el principio de dolores pero recuerda que sobre todo Dios tiene el control, sé sabia, confía y resiste.

—¿Podré hablarlo? —murmuré soñolienta.

—Puedes pero no esperes que te crean, por desgracia el hombre sigue siendo incrédulo e indiferente y ante eso no hay nada más que hacer. Los ayes luego no le valdrán de nada. No aprovechan que la puerta aún está abierta porque cuando se cierre… será tarde.

Su toque me hizo cerrar los ojos y caer de nuevo en sopor. Sentí caer liviana en un vacío. La oscuridad me envolvió. El silencio de un mundo sin humanos daba escalofríos, daba más terror que paz.

—¿Eloísa? —una reconocida voz me llamaba.

—No, no, no… —repetía en protesta sin poder abrir los ojos.

—Eloísa despierta, mi amor, soy yo.

Sintiendo que un peso caía sobre mi cuerpo, desperté sobresaltada, sentándome en la cama y buscando respirar, sentía que me ahogaba.

—Mi amor, tranquila, fue sólo un sueño.

Negué sujetándome la cabeza con ambas manos, estaba empapada de sudor. Me sentía aturdida, extraña. Reaccioné.

—¿Giulio? —lo miré reconociéndolo, al hacerlo miré también la habitación, estaba en la cama y ambas lámparas encendidas, enfoqué mi vista a la hora en el reloj de mi tocador, eran casi las tres de la mañana.

Su caricia en mi cara me hizo reaccionar del todo pues eso esperaba él. Lo abracé con fuerza.

—Tranquila mi amor —me rodeó con ternura e intensidad a la vez, calmándome—. Estabas delirando con desesperación, me asusté.

—Fue una pesadilla —le aclaré.

—Pero sólo eso, tranquila —acariciaba mi cabello y espalda—. ¿Quieres agua?

Volví a negar, no sería solo eso, no me pasaba nada por la boca. Me aferré a él con fuerza sin querer soltarlo, evitando las lágrimas y rogando que jamás llegara ese fatídico momento en que dejara de hacerlo. La enfermedad que se coronaba sobre el mundo impediría el afecto entre los seres humanos pues ese sería su principal vía de contagio porque el virus, letal al segregar, podría sobrevivir horas en cualquier superficie contaminando, inclusive en cosas y hasta en cadáveres portadores.

Y el ser humano tendría asco de otro aunque no presentara síntomas y eso lograría el distanciamiento.

Y el repudio del contagiado.

Como sucedió con la peste.

En ese momento pensé en todos porque nadie estaría exento, nadie, recordé que siendo humana de nuevo, yo misma estaba propensa. Lo cierto es que nadie estaba preparado para esa tribulación que solo sería el principio de calamidades. ¿Debería decírselo a él? ¿Me creerá? ¿Debería saberlo la familia entera?

“Mi gente” —pensé con dolor por los que estaban en Toscana.

—Aquí estoy contigo Eloísa, sabes que mi prioridad es protegerte —besó mi frente—. Vuelve a dormir, trata de descansar. Ven, duerme en mis brazos.

Volví a negar, dormir sería imposible. Sí quería seguir en sus brazos pero no quería volver a cerrar los ojos, estaba asustada. Sin embargo, me llevó junto a él y aferrándome a su costado, hizo que me quedara a su lado abrazándome con fuerza y besando mi húmeda coronilla, traté de controlar la respiración quedándome quieta, fijé mi vista en la nada. ¿Cuánto tiempo? Me preguntaba, sentía un inmenso dolor por lo inevitable, esto apenas y daría inicio, todo debía suceder para que todo fuese hecho nuevo. Sería sólo el comienzo. ¿A dónde huir? No se podría, el hombre debía prepararse para la batalla, para una en donde la lucha sería por vivir porque la muerte coronada volvería a visitar la tierra para volver a diezmar a la población mundial en gran número, como ya antes y a través de la historia había sucedido.

“Misericordia” —fue lo único que rogué porque esto tendría la misma ruta —o más allá— como igual sucedió siglos atrás.

“De Oriente a Occidente” —escuché una voz que le habló a mi mente haciendo que me sobresaltara otra vez, siendo tranquilizada por los brazos del amor, sin embargo, a él lo había olvidado—. “No olvides que yo podría salvarte, devolviéndote otro tipo de inmortalidad.”

“Cenizas” —le contesté en rechazo—. “También eres… nada”

El viento en la ventana movía las cortinas.

Vivir después de esto… no sería igual.

Seguir siendo igual, tampoco.

Ya no.

 

 

 

 

 

Los personajes forman parte de una historia existente:

© Quiero que seas Mío – Itxa Bustillo

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